domingo, 26 de junio de 2011

LA SIESTA

Los días festivos mis padres nos obligaban, a mis hermanos y a mí, a dormir la siesta. Eran años de infancia y tenían buenas razones. Que si estábamos creciendo, que acabábamos de comer y la digestión necesitaba un descanso, que hay que reponer fuerzas... Aunque yo siempre estuve convencido que el verdadero motivo era que les dejáramos descansar a ellos.


La verdad sea dicha jamás concilié el sueño, o ese privilegiado descanso, mientras fuí niño. No había forma humana de que durmiera, así que me hacía el dormido. Cómo iba yo a entregarme a Morfeo si tenía la vida ahí delante, esperándome a todas horas y sin tiempo que perder.


Han pasado muchos años y hoy no puedo prescindir de un descanso, aunque sean diez minutos. A mis hijas tampoco pude convencerlas para esas sagradas siestas, de modo que cuando puedo permitírmelo me refugio en la cama unos minutos, media hora, los festivos un poquito más.


¡Qué gran invento la siesta! ¡Qué excelente placer! ¡Qué agradable remanso!


Y cuanto más mayor me hago más perezoso soy. ¡Vivan los años! ¡Viva la siesta!


Música sugerida: LUZ MARINA. Javier Rojas




sábado, 18 de junio de 2011

PROHIBIDO EN LA CIUDAD

Podría haber titulado el texto de hoy con un "Prohibido Prohibir" pero bueno, es verdad que esta sugerencia es más genérica y no se ajusta del todo al mensaje que deseo difundir.




Lo que es cierto es que, de un tiempo a esta parte, muchas ciudades de nuestra piel de toro están recortando unas libertades individuales que rozan lo inaudito. son cada vez más los ayuntamientos que, en base no sabemos a qué y sin criterios razonables, aprueban unas ordenanzas cuyos incumplimientos supones sanciones ejemplarizantes.




En algunos casos inspiradas en arquetipos morales o religiosos, en otras aludiendo a una ciudad más limpia, en otros casos disuadiendo a posibles visitantes indeseados.




Yo entiendo por ejemplo que los llamados botellones deberían hacerse fuera de los cascos urbanos; simplemente para no molestar a quienes pasan del asunto o desean descansar a esas horas. Pero en otros lugares se está prohibiendo el refrescarse en las fuentes en verano, el pasear con el torso desnudo, el comer o beber por las calles, el pegar una cabezadita en un parque...




Deberían sancionarse conductas que atenten a la normal convivencia. Alterar el sueño de los vecinos, ensuciar las calles, no recoger los excrementos de los caninos, escupir en la vía pública, arrojar las basuras sin selección ninguna y demás cosas que interfieran la normal convivencia.




Que se persiga la acción perjudicial a quienes infrinjan los límites cívicos. Pero prohibir cosas que no hacen daño a nadie ni a los demás me parece excesivo. Si esto sigue así ya no podremos tomarnos el comùn y barato bocadillo en el banco de una plaza. Nos obligarán a comer en una terraza, más cara y con sus impuestos y su IVA correspondiente.




Que se sancione la conducta indeseable, no las libertades individuales que no molestan a nadie.




Bastante molesta ya una ciudad, con su contaminación, sus ruidos, sus locuras, para coartarnos las alas, y hasta el hambre.




jueves, 9 de junio de 2011

CANCIONES CONTRA EL MIEDO

Hace un par de semanas fue noticia un hecho espantoso y al mismo tiempo entrañable. En las inmediaciones de una escuela de una localidad mexicana surge un tiroteo entre dos bandas para sus ajustes de cuentas o para marcar su territorio.


Los niños representan la inocencia y sus almas son las dueñas del mágico recinto de las aulas; los sicarios son los caseros de las calles pero no regalan ni magias ni inocencias.


Cuando el pánico hace acto de presencia y el tartamudeo convierte la voz en mudez surge el pequeño y trascendental milagro. La maestra, tras aleccionar a sus niños a permanecer a ras de suelo, para ahuyentar el pavor les hizo cantar.


Más importante que no arriesgar las vidas es evitar ser atenazados por el miedo. En todo caso si lo inevitable nos va a sorprender, que nos pille cantando y no llorando.


No es mala ni la elección ni la lección. La maestra actuó como las hadas mágicas de los cuentos inmortales de siempre. Si no se puede expulsar al veneno por lo menos no tenerle miedo.


La vida tiene estas cosas, nos enseña todos los días lo bueno y lo malo. No hace falta, por tanto, hacernos mayores para admirar, ni para aprender.